jueves, 20 de julio de 2017

Mi segundo parto

Después del dramón de mi primer parto, toca contar la experiencia del segundo. Que no todo va a ser de llorar a moco tendido ... :-P

El segundo embarazo fue exactamente igual que el primero. Salvo por un matiz: no estaba plenamente conectada al embarazo. Durante esas 38 semanas que duró la gestación tuvimos varios cambios a nivel familiar. Mudanza, cambio de localidad, vida en casa de mis suegros, la obra en la casa nueva, otra mudanza ... y la intensa convivencia con un peque de dos años.

Todo esto hizo que se me pasaran las semanas volando. Salvo las últimas, que se me hicieron eternas, igual que con el primero.

Los síntomas del primer trimestre, que apenas fueron congestión de nariz desde el principio y algo más de cansancio dieron paso la belleza e hiperactividad en el segundo. De repente me entraron unas ganas locas de hacer un millón de cosas, parecía como que se me acababa el tiempo. Talleres de música y creatividad con Delfinete, cursos de formación para mí, reuniones en diferentes grupos, ideas para crear una asociación de crianza, la casa nueva ... y todo ello trabajando, hasta que me cogí la baja.

En los dos últimos meses tuve que echar el freno. Ya he escrito antes que enseguida me vengo arriba con mil cosas, me emociono y subo como la espuma, hasta que no puedo mas y tengo que parar. Y eso hice. Parar y escuchar a mi cuerpo que me decía que necesitaba relajarme. Así me paso, que las últimas semanas me dio un bajón horrible que apenas me dejaba salir de la cama.

Ahora que lo pienso, me hubiese gustado haber disfrutado mas del embarazo. Como hice con el primero, pero las circunstancias no eran las mismas y la demanda del mayor y demás trajines de la vida me dejaron poco tiempo para pararme a sentir ese embarazo.

Y me da mucha pena, porque probablemente haya sido el último, a mi pesar.

Desde la primera ecografía ya sentí que era otro niño. Está vez sí quisimos saber el sexo del bebé. Y en la segunda nos lo confirmaron.

Es muy curioso como fue pura intuición la que me decía que la personita que se estaba gestando dentro de mí era un niño. En los dos embarazos.
Que sabio es el cuerpo de la mujer. Que pena que no nos escuchemos más, sobretodo a la hora de dar a luz.

Esta vez no quise idealizar el parto, ya tenía la experiencia anterior, pero sí que es verdad que al ser el segundo, iba con otra mirada. La experiencia con Delfinete me enseñó mucho y me propuse que esta vez no me iba a dejar dominar ni por el dolor ni por el miedo. Tenía claro que yo podía parir, sin miedos, sin paralizarme por los temores. Me aferré a esa idea.

Ay, ingenua de mi. Había tenido varios partos a mi alrededor de gente cercana, todas del segundo. Todas se habían puesto de parto muy rápido, que si no les dio tiempo a ponerse la epidural, parieron de pie o a cuatro patas, según entraron en el hospital, que si en dos empujones salió el bebé ... todas tenían un denominador común: fue rápido y espontáneo. Eso quería yo.

No quería otro parto medicalizado, tumbada en cama sin poder moverme, largo, tremendamente largo y muy doloroso. Quería ponerme de parto de manera natural, dejar fluir a mi cuerpo, escucharle y sentir.

Error. Ya estaba otra vez idealizando.
El 29 de mayo teníamos la última ecografía de control del embarazo, ya estaba en la semana 38.

La noche anterior noté que perdí un poco de líquido, pero al no estar segura (otra vez) y tener médico al día siguiente, lo dejé estar.
Menuda bronca me cayó cuando se lo dije a la ginecóloga. Así que me hicieron una prueba que confirmaría que tenía la bolsa fisurada. Nos quedábamos ingresados.

Recuerdo sentir dos cosas: pánico e ira. Mal empezábamos. Igual que en el parto anterior.
Mi chico me intentó calma, me dijo que no tenía por qué ser igual, pero también noté en su voz algo de nerviosismo.

Mi gozo en un pozo cuando me dijeron que tenían que inducirme el parto. Prostaglandina para empezar a dilatar. Otra vez un tacto. Otra vez tumbada en el potro ese con las piernas abiertas, la tripa oprimiendome y unos dedos tocandome. Otra vez a la sala de monitores.

El equipo médico que me atendió, al verme la cara se reunió conmigo y me preguntó qué me pasaba. Les conté que mi idea de parto no era esa, inducirlo, quería un parto natural, espontáneo.

Me explicaron que al haber pasado ya 12 horas de la fisura me tenía que poner de parto por posible riesgo de infección. Ese era su protocolo. También me dieron la opción de irme a otro hospital si no estaba conforme.

No me iba a ir a otro sitio, así que allí me quedé, con mi prostaglandina puesta, mis miedos orbitando por mi mente y con un enfado monumental con la situación. ¿Otra vez igual?

Hablé con la familia para informales. Mi madre y mi mejor amiga trataron de tranquilizarme, no tenía por qué pasar por lo mismo.

Me quedé un rato sola esperando que hiciera efecto el ProPes mientras Delfín fue a casa a cambiarse. En ese tiempo pensé y medité la idea de que quizá no tenía que pasar por lo mismo. Quizá, mi cuerpo sabio se pondría de parto con la ayuda de esta medicación, quizá no fuera un parto tan largo, quizá no tan doloroso, quizá todo fuese rápido y bien. Y así fue.

Cuando llegó Delfín ya estaba empezando a notar las contracciones. Hablé con el porque dudaba en ponerme la epidural o no. No estaba segura si la quería. No era partidaria, pero al ser un parto inducido, que podía ser mas largo, con la experiencia del primero, no quería sufrir tanto. Así que avisé para que lo tuvieran en cuenta.

Al poco rato empezaron las contracciones con mas intensidad, más dolor, cada menos tiempo.

El tocógrafo subía cada vez más. Escuché a mi cuerpo que me pedía estar a cuatro patas, en la cama, agarrada al piecero, era de la única manera que soportaba el dolor.

Así cuatro largas horas, alternando duchas, cambios de postura y abrazandome a Delfín, eso si que me aliviaba y calmaba un poco.

A ratos volvía el miedo, pero no dejé que me paralizara. A ratos lloraba de dolor. A ratos me decía que no podía bajar la guardia y dejarme dominar por esos sentimientos. Pero me vine abajo en algún momento. El rato de las contracciones es muy duro. Sentir como tu todo tu cuerpo se tensa, recorrido por un dolor que no dura tanto pero que es tan intenso que eleva la sensación de malestar a mil.

Empecé a notar que perdía bastante mas líquido y vinieron las ganas de empujar. Si, esa sensación que es desagradable a la vez que alivia, indicando que pronto estaría dando luz.

Tacto, 3 centímetros, al paritorio.

Me pusieron la epidural entre contracción y contracción. Yo creo que no me llegó a hacer efecto del todo pues durante todo el parto sentí las piernas y podía moverlas. Pero si me alivió las contracciones.

Rotura de bolsa, dilatación total. A empujar.
Es alucinante como nos volvemos salvajes, animales, conectamos con nuestro lado más institivo. Somos vida, naturaleza sabia. Gritamos y gruñimos como mamiferas alumbrando a sus crias. Somos mamíferas.

Después de una hora larga de pujos, lloros y tensión en mi cuerpo, me pidieron que dejara de empujar. La cabeza del bebé asomaba ya pero tenían que quitarle la vuelta de cordón.

Que diferente fue ese parto. En el paritorio solo estuvimos mi chico, la matrona y yo. Sin intrusiones, sin personal innecesario, sin ninguna expresión borde, solo palabras de ánimo, tranquilidad y mucho gel lubricante para no desgarrarme.

A las 19:50 nació lo más bonito de este mundo. Unai. Mi bebé calentito, pegajoso y con ese olor tan dulce que engancha desde la primera vez que lo hueles. Ese olor a vida, a recién nacido, a una mezcla de flujos, a útero, a mamá. Ese olor a amor. Le decía: ¡¡ ya estás aquí mi bebé, ya estás aqui!!

Eso si que fue un piel con piel. Un abrazo de amor, de calor, de vida.

Y me sentí feliz. Sentí felicidad. Estaba contenta.

En la misma situación, dos años y medio antes no había sentido nada. Que pena no poder haber disfrutado de esos instantes con mi bebé.

Así que saboreé ese momento y disfruté de el. Ese rato sí que fue uno de los mejores momentos de mi vida.

Ya la primera noche dormimos pegaditos, bebé y mamá.

No estaba tan desgastada ni dolorida como en el parto anterior.

A pesar de los loquios y entuertos, a pesar de la sangre y las agujetas, a pesar de no haber tenido mi parto natural, disfruté mucho de esas primeras horas con Unai. De esas y de las siguientes, todo ha sido mas fácil, mas bonito y mas rosa.

Hoy dedico éstas líneas a todas las mamis que han tenido una experiencia mala en un primer parto y las animo a confiar y creer en ellas. El poder de la mente es fuerte. La sabiduría maternal mas. 





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