viernes, 28 de julio de 2017

Cuestión de tiempo

Si algo he aprendido en estos casi tres años de maternidad es que todo es cuestión de tiempo.

La teoría me la dio la experiencia y la práctica mi hijo Delfinete.

Las largas noches sin dormir, pegado a la teta. Las tomas interminables que no me permitían levantarme de la hamaca. Los miedos pasajeros. Los llantos a los que no le encuentras explicación....

Todo eso se fue rápido, y volvió mas rápido aún, porque ahora estamos volviendo a pasar por lo mismo con Unai.

Con los niñ@s pequeños todo es cuestión de tiempo. De no mirar el reloj, de quedar a una hora y llegar tarde, de darles calma y tranquilidad para que aprendan. El ritmo lo marcan ell@s.

Aprenderán. Crecerán. Lo harán.

Ayer mismo Delfinete me dijo: "¡mamá, estoy creciendo!" Muy ilusionado porque ya llegaba un poco mas al grifo del lavabo subido en la banqueta.

Todo es cuestión de tiempos y de ritmos. De respetar sus ritmos.

El mundo de los adultos no está hecho para los niñ@s. En general, el mundo no está hecho para los niñ@s.

Les pedimos que se adapten a nuestra vida. A nuestra vida ajetreada. A nuestras constantes idas y venidas. A nuestros cambios de humor.

A veces me planteo si el llanto de Unai a partir de media tarde será porque está cansado de seguir mi ritmo durante todo el día. Tengo que reconocer que estoy siempre en la acción, haciendo mil cosas y raras veces me quedo tranquila sin hacer nada.
Entonces, ¿no le estoy dando ese tiempo que necesita de adaptación?

La semana pasada según se despertó Delfinete me preguntó: mamá, ¿que hacemos esta tarde?.
¿Tendrá la sensación de que siempre hay que hacer algo después de venir de la guarde?
Entonces, ¿no le estoy dando esa tranquilidad que necesita?

Entonces, ¿no estoy respetando sus ritmos?.

Será cuestión de adaptarse...será cuestión de tiempo.

Procuro no emplear la frase "date prisa que llegamos tarde" a no ser de que la situación se esté demorando lo suficiente como para empezar a crisparme.

Será cuestión de adaptarse...será cuestión de tiempo.

He escuchado muchas veces que me iba a costar que Delfinete dejara la teta o que dejara de dormir en nuestra cama. "Se va a ir a casar tomando teta" 😒 ...

Cuando me quedé embarazada decidí dejar de darle el pecho. No me veía capacitada para dar a los dos, aunque hoy pienso en lo bonito que hubiera sido ver a los dos mamando juntos. Pensé que esto iba a ser un motivo de conflicto. Y aluciné cuando le expliqué a Delfinete que me dolían las tetas cuando el tomaba, así que deberíamos de empezar a dejar de tomar. Lo entendió.
No voy a negar que en algún momento si que insistió bastante en querer tomar teta, pero dejó de hacerlo sin suponer un drama familiar. Tenía dos años. Cuestión de tiempo.

También dejó de dormir en nuestra cama (aquí hubo diferencias entre lo que opinábamos mi chico y yo, fue debate y motivo de conflicto). Nos costó más tiempo, entiendo que porque todavía no era el momento. Aún hoy la mitad de las noches acaba despertándose en nuestra cama (y me encanta 😆).

Todo es cuestión de tiempo. De cambios. De adaptación de los unos a los otros. Al fin y al cabo, estamos formando una familia, estamos conviviendo y hay que priorizar la armonía y sintonía del núcleo familiar.

Y cuestión de tiempo ha sido, y está siendo porque se nos sigue escapando de vez en cuando, el tema de dejar el pañal. Eso si que ha sido seguir el ritmo que ha marcado Delfinete. Pero esto me gustaría contarlo en un post específico.

Es tan importante escuchar y atender sus necesidades. Quizá no nos estemos dando cuenta de que vamos muy rápido con respecto a ellos o muy lentos, como nos pasó con la operación pañal, que no nos dimos cuentas de las señales que mandaba el niño hasta que me lo dijeron en la guarde.

Pero debemos de entender que los niñ@s conciben el mundo de diferente manera a nosotros, ven desde su perspectiva de infancia. No entienden ni de horas ni de relojes.

Es maravilloso verles contemplar las pequeñas cosas. Es maravilloso que no se dejen llevar por el ritmo vertiginoso al que estamos sometidos los adultos.

Menos mal que ellos me han enseñado a disfrutar de esos pequeños momentos, de esas insignificantes cosas, como un zapatero o una pared rugosa, que a nuestros ojos no tienen interés ninguno pero que bajo la mirada de un niñ@ están llenos de magia.

Procuro dejarles tiempo para que aprendan solos. Para que lo intenten y evito caer en ayudarles aunque esté a punto de entrar en colapso 😆.

Que rápido se ha pasado este tiempo, que corto se ha hecho. Parece que fue ayer cuando Delfinete cumplió un año y justo delante de todos los invitados a su fiesta se soltó a andar.

Parece que fue ayer cuando lloraba de emoción al dar la noticia de que volvíamos a estar embarazados, Unai cumple mañana dos meses.

Que rápido pasa el tiempo....

Tengo ganas de que Unai crezca un poco mas y juegue con su hermano.

A veces, cuando estoy agotada, deseo que crezcan. Que se acaben ya los cólicos, los llantos, los mocos, las gastroenteritis, las otitis y todas esas malditas "itis" ...

Pero entonces veo que mi hijo mayor, efectivamente se está haciendo mayor.

Porque ya forma frases , porque habla por los codos, porque ya hace pis solo, porque ya no está tan apegado a mi, porque le dice a su hermano cuando llora: "Unai no llores, que yo estoy aquí". ....

Y me da pena, una pena egoísta. Porque no quiero que crezcan.

Cuestión de tiempo que lo hagan.




jueves, 27 de julio de 2017

Mi experiencia con la lactancia Materna

Empiezo a escribir este post con Unai a la teta, como no podría ser de otra manera. ☺

Siempre he pensado que cuando tuviera hij@s les iba a dar el pecho.Pero nunca imaginé que la lactancia materna (LM) nos iba a dar tanto durante tanto tiempo.

Hay muchas opiniones y opinólogos sobre LM. Hay muchos mitos y creencias. Hay muchas mujeres que quieren dar el pecho y que por diferentes circunstancias, acaban por no hacerlo. Hay muchos profesionales de la salud que se cargan lactancias por no estar actualizados y esto es un hecho, a pesar de que las veces que lo he dicho he recibido comentarios del tipo: ¡si claro, vas a saber tu mas que un profesional! o ¡aquí opina todo el mundo! ...

Pues bien, después de dos años y unos meses dando teta, asistir a charlas y reuniones, leer e informarme, pertenecer a plataformas y grupos de apoyo a la LM, puedo decir que sé lo suficiente para hablar sobre ella.

Parece que durante los seis primeros meses del bebe, la maternidad se divide en dos grandes grupos: las que hacemos lactancia materna exclusiva (LME) y las que dan biberón. Y también parece que hay un roce invisible entre estos dos grupos de madres: las radicales de la teta, como me han llamado alguna vez y las que defienden la leche de fórmula. Ésta es la concepción que tuve al principio, muy basada en la ignorancia,el desconocimiento y en los prejuicios.

En cuanto empecé a informarme (por eso siempre digo que estar informada es lo mejor que puedes hacer por ti y por los tuyos) comprobé que hay muchas más opciones: madres que eligen no dar el pecho, madres que no pueden dar el pecho por motivos de salud, madres que hacen lactancia mixta (LM y fórmula), madres que hacen LME, lactancias fáciles, lactancias complicadas ...

Cada madre elige lo que cree que es mejor para su bebé y para ella. Cada madre conoce su realidad.

Son todas las decisiones respetables, siempre y cuando sean tomadas por la madre y no por alguien ajeno a ella. Alguien que no esté informado y actualizado y que ante una complicación,ya sea pérdida de peso del bebé , mal agarre, frenillo ... aconseje a la madre dejar de dar el pecho para sustituirlo por leche de fórmula.

Por eso, todos los profesionales sanitarios relacionados con la pediatría:matronas, ginecólog@s, pediatras... deberían por ley, estar actualizados en LM, puesto que se elija lo que se elija, se sabe que la mejor alimentación que puedes darle a tu bebe es tu leche.

Y ya puestos a pedir, debería de contar todos los centros sanitarios, ya sean hospitales o centros de salud, con una asesora de lactancia.

Que bonito sería un mundo con mas asesoras de lactancia. Aportan tanto. Salvan tantas lactancias. Ayudan a tantas madres. Al igual que los grupos de apoyo tan necesarios sobre todo durante los primeros meses después del parto.

La lactancia viene acompañada de muchas dudas y miedos. Sobretodo si eres primeriza, pero ojo, que yo con el segundo también he tenido mis momentos de duda.

Con Delfinete tuve una lactancia digamos fácil. La subida de la leche fue rápida, el peque se agarró bien, cogía peso despacito pero continuo y en seguida me enamoré de esa boquita abierta bien pegadita a mi teta. Es verdad que durante los primeros días tuve alguna grieta y tuve que extraerme la leche porque producía tal cantidad que el niño no me vaciaba entera. Me levantaba con las tetas duras como piedras a media noche.

Reconozco que jugó un papel muy importante el personal del Hospital Rey Juan Carlos, en Móstoles, Madrid. Que me ofreció mucha información sobre como debía de poner al bebe a mamar, el correcto agarre ...

Pero a los quince días, cuando vinieron las interminables tomas, los llantos inconsolables a media tarde y las dudas sobre si se quedará con hambre,me fui a ver a una asesora de lactancia.

Después de una hora hablando, mientras yo daba el pecho a Delfinete y ella se sacaba y metía la teta cada vez que su hijo de nueve meses le pedía, salí de allí con lo más importante para continuar con la lactancia: información y confianza en mi misma.

No niego que la LM tiene sus momentos duros, es sacrificado porque al ser a demanda, una demanda real, no la demanda de "aguántale un poquito, que hace poco que ha comido", es estar por y para tu bebé todas las horas del día y también de la noche. Pero para nosotros, la teta ha sido facilidad en la crianza de los peques. Prefería mil veces hacer varios despertares para darles la teta pero sin moverme de la cama. Así,a la mañana siguiente, me despertaba con una teta fuera, la sabana manchada de leche, los discos de lactancia perdidos por la cama pero habiendo dormido y descansado todos.

También es facilidad a la hora de moverte y viajar, siempre listo, a la temperatura ideal, disponible en cualquier momento.

Además la teta no es solo alimento. Sacia su hambre y su sed. La teta se convierte en mimos, en abrazos. La teta es mamá, tranquilidad, es desconectar del mundo. Es paz. Es sueño cuando quieren dormir, es salud cuando están pachuchos. La teta es amor.

Dar teta es una díada de mamá y bebé, pero nuestra lactancia no habría sido tan efectiva sin un papá a nuestro lado que hacía todo lo demás y nos apoyaba. Anda que no farda Delfín de que sus hijos han estado pegados a la teta todo el día.

Con Unai sin embargo, la lactancia está siendo pelín mas complicada a pesar de la experiencia.
Ya se enganchó estando todavía en el paritorio, pero a la semana de nacer se me formó una mastítis. Me entró miedo, un miedo irracional. Me puse con 39 de fiebre y pensé que ese sería el final de la lactancia. Las mastítis duelen, así que me bajé corriendo al centro de salud de aquí. Me confirmaron que era una mastítis, me mandaron antibiótico y analgésicos para el dolor. Y que no me pusiera al niño en ese pecho, que me sacara la leche con el sacaleches. ¿Como? No me cuadraba nada eso. En algún momento, en algún sitio había leído que para tratar la mastítis había que poner al bebé mucho en el pecho afectado.

Busqué la información, consulté con una asesora y en efecto. No se qué hubiera pasado si me hubiese quedado conforme con lo que me dijo la médica.
Para que veáis que hay muchos profesionales que no están actualizados.

Además con Unai comprobé hace unas semanas que vomitaba bastante después de las tomas. Así que he ido a una pediatra especializada en LM y estamos probando a quitarme la lactosa de mi alimentación, por si fuera eso lo que le provoca los vómitos. Parece que si, aunque tenemos que confirmarlo.

Me parece tan importante que haya una información veraz y actualizada sobre LM que tengo pensado prepara otro post sobre ello.

También quiero añadir que no os sintáis juzgadas por la decisión que toméis sobre la lactancia y que tampoco juzguéis. Yo lo he hecho durante un tiempo y he aprendido que cada uno toma sus propias decisiones basándose en lo que cree que es mejor para ell@s, estén en lo cierto o no.

Eso si, informaros, mucho.

Pd: sigo con Unai a la teta, en la otra teta. 😝













martes, 25 de julio de 2017

Las emociones de la maternidad: la culpa

Parece que cuando te quedas embarazada lo haces también de la culpa. Maternidad y culpa son dos conceptos que van estrechamente relacionados. Es algo común en muchas madres, y como no, algo de lo que no se habla. Es un tabú.

En mi caso comenzó con un sentimiento de tristeza. Parece que después de haber tenido un bebé, un acontecimiento que se supone que es feliz, bonito, alegre ... has de tener esos mismos sentimientos. Pero ¿y cuando no es así? , ¿que pasa cuando te sientes triste, sola y culpable? .

En mi caso, ya lo conté en otro post , al salir del hospital con un bebé de tres días y ningún sentimiento encontrado con su nacimiento, llegué a casa sin haber soltado ni una lágrima de emoción. 

Pero fue entrar por la puerta, y en cuanto me quedé sola algo en mí se destapó y dio paso a un mar de lágrimas. Me desbordé, no podía dejar de llorar. En ese momento no supe qué me pasaba. Quizá lo achaqué a las hormonas que no me lo ponían fácil, o a los dolores, o al cansancio. 

Pero en seguida me di cuenta de lo que me ocurría. Me estaba sintiendo culpable. Culpable por no querer a mi bebé. Culpable por no estar contenta. Culpable por no ser feliz. Me estaba sintiendo culpable por sentirme culpable. Por no disfrutar de Delfínete. 

Descubrí, y esto fue muy duro de reconocer, que culpaba al bebé de todos los dolores y de lo mal que lo había pasado durante el parto. 

Creo que esta parte era la que mas me costaba aceptar, quizá porque era la que mas daño me hacía. 

¿Como podía sentir que ese bebé tan inocente y dependiente de mí era la causa de mis males?.

Durante los primeros días, cuando me quedaba a solas con el, cuando nadie me veía, me dejaba abrazar por la tristeza a la vez que yo abrazaba a mi bebé. Y lloraba, lloraba mucho. Y le pedía perdón bajito. Se lo decía al oído, como si así fuera a comprender lo que le estaba diciendo. 

No sabía explicar por qué me sentía así, además me costaba hablar de ello y me avergonzaba. 

Suponía que ninguna mujer después de tener a su bebé sentía lo que yo, así que me creía la peor madre del mundo. 

El día que por fín pude hablar de ello, el día que por fin lo solté, sentí un alivio tremendo. Fue como si me liberase. Se lo conté a mi hermana y a mi mejor amiga. Paseando, caminando hacia delante, avanzando. 

Ese fue un primer paso hacia la sanación. Hacia el perdón. 

Es cierto que durante la maternidad hay mucha culpa. Muchos tipos de culpa. Por miles de cosas. Todo lo que pueda pasarle al bebé parce que es por nuestra culpa. 

Es tan intenso el puerperio que las emociones se unen unas con otras. Se encadenan. La tristeza, el miedo, la culpa, la ira, el dolor ... vas de una a otra sin darte cuenta. 

Otra culpa muy común es la que viene después de un grito. Pero no el grito que se le da a un niñ@ por haber hecho algo en un momento de desesperación, aunque también. Hablo del grito que se le da a un bebé de pocos días porque no deja de llorar y no sabes qué le pasa. Hablo de esa culpabilidad. De ese desesperado y sin sentido: ¡deja ya de llorar por favor! entre llantos mezclados de bebé y mamá. Esa culpa va cargada de miedos e impotencia.

Por ponerle algo de humor al asunto, yo me sentí culpable hasta de ponerle el chupete. Es mas, me sentí culpable solo de pensar en que quería probar a ponerle un chupete para que dejara de llorar y yo poder descansar. Ese chupete que mi hijo no quiso coger, que daba arcadas cada vez que lo intentaba y que me dejó muy claro que lo que quería era estar pegadito a mi teta. 

Y luego viene la culpa de ponerse a trabajar y dejar a tu bebé. Ese sentimiento de abandono, de pensar en que le puede pasar algo y que nadie le va a cuidar mejor que tú. Suerte que con Delfinete se quedó mi hermana en casa con el y no hizo falta llevarle a la guarde tan pequeño. Gracias a que así pudimos seguir con la lactancia materna exclusiva. Suerte que mi hijo creó unos lazos muy bonitos con su tía. 

Y con el segundo hijo, apareció la culpa de no poder dividirme en dos y darle a cada uno lo que necesita.
Al pequeño por atender al mayor y al mayor por atender al pequeño.

Con el tiempo, acabé por entender y gestionar este cúmulo de culpabilidades. Bueno, la de no poder atender a los dos a la vez estoy en ello todavía, Unai va a cumplir dos meses y estoy buscando las maneras de poder darles tiempo de calidad, sobretodo a Delfinete.

Me parecía muy necesario compartir este sentimiento de culpa. Todas estamos en nuestro derecho de sentir lo que sentimos sin tener que sentirnos juzgadas ni avergonzarnos por ello. Tenemos y debemos hablar de todas estas cosas que nos pasan después de dar a luz. No estamos solas y no somos las únicas que lo vivimos.

Nos tenemos que permitir sentir culpa, tristeza,dolor ... expresarlo, de una manera o de otra. Podemos tirar de amigos, de familia, de grupos de apoyo (hablaré de ellos en otro post) tan necesarios y que se están recuperando cada día mas. Yo hice terapia durante unos meses y me vino genial.  Podemos expresarlo escribiendo, pintando, modelando ... Hay que contarlo. Y aceptarlo, que es el primer paso para poder sanarlo. Para curarlo y dejarlo ir sin olvidarlo, para poder aprender de ello.








jueves, 20 de julio de 2017

Mi segundo parto

Después del dramón de mi primer parto, toca contar la experiencia del segundo. Que no todo va a ser de llorar a moco tendido ... :-P

El segundo embarazo fue exactamente igual que el primero. Salvo por un matiz: no estaba plenamente conectada al embarazo. Durante esas 38 semanas que duró la gestación tuvimos varios cambios a nivel familiar. Mudanza, cambio de localidad, vida en casa de mis suegros, la obra en la casa nueva, otra mudanza ... y la intensa convivencia con un peque de dos años.

Todo esto hizo que se me pasaran las semanas volando. Salvo las últimas, que se me hicieron eternas, igual que con el primero.

Los síntomas del primer trimestre, que apenas fueron congestión de nariz desde el principio y algo más de cansancio dieron paso la belleza e hiperactividad en el segundo. De repente me entraron unas ganas locas de hacer un millón de cosas, parecía como que se me acababa el tiempo. Talleres de música y creatividad con Delfinete, cursos de formación para mí, reuniones en diferentes grupos, ideas para crear una asociación de crianza, la casa nueva ... y todo ello trabajando, hasta que me cogí la baja.

En los dos últimos meses tuve que echar el freno. Ya he escrito antes que enseguida me vengo arriba con mil cosas, me emociono y subo como la espuma, hasta que no puedo mas y tengo que parar. Y eso hice. Parar y escuchar a mi cuerpo que me decía que necesitaba relajarme. Así me paso, que las últimas semanas me dio un bajón horrible que apenas me dejaba salir de la cama.

Ahora que lo pienso, me hubiese gustado haber disfrutado mas del embarazo. Como hice con el primero, pero las circunstancias no eran las mismas y la demanda del mayor y demás trajines de la vida me dejaron poco tiempo para pararme a sentir ese embarazo.

Y me da mucha pena, porque probablemente haya sido el último, a mi pesar.

Desde la primera ecografía ya sentí que era otro niño. Está vez sí quisimos saber el sexo del bebé. Y en la segunda nos lo confirmaron.

Es muy curioso como fue pura intuición la que me decía que la personita que se estaba gestando dentro de mí era un niño. En los dos embarazos.
Que sabio es el cuerpo de la mujer. Que pena que no nos escuchemos más, sobretodo a la hora de dar a luz.

Esta vez no quise idealizar el parto, ya tenía la experiencia anterior, pero sí que es verdad que al ser el segundo, iba con otra mirada. La experiencia con Delfinete me enseñó mucho y me propuse que esta vez no me iba a dejar dominar ni por el dolor ni por el miedo. Tenía claro que yo podía parir, sin miedos, sin paralizarme por los temores. Me aferré a esa idea.

Ay, ingenua de mi. Había tenido varios partos a mi alrededor de gente cercana, todas del segundo. Todas se habían puesto de parto muy rápido, que si no les dio tiempo a ponerse la epidural, parieron de pie o a cuatro patas, según entraron en el hospital, que si en dos empujones salió el bebé ... todas tenían un denominador común: fue rápido y espontáneo. Eso quería yo.

No quería otro parto medicalizado, tumbada en cama sin poder moverme, largo, tremendamente largo y muy doloroso. Quería ponerme de parto de manera natural, dejar fluir a mi cuerpo, escucharle y sentir.

Error. Ya estaba otra vez idealizando.
El 29 de mayo teníamos la última ecografía de control del embarazo, ya estaba en la semana 38.

La noche anterior noté que perdí un poco de líquido, pero al no estar segura (otra vez) y tener médico al día siguiente, lo dejé estar.
Menuda bronca me cayó cuando se lo dije a la ginecóloga. Así que me hicieron una prueba que confirmaría que tenía la bolsa fisurada. Nos quedábamos ingresados.

Recuerdo sentir dos cosas: pánico e ira. Mal empezábamos. Igual que en el parto anterior.
Mi chico me intentó calma, me dijo que no tenía por qué ser igual, pero también noté en su voz algo de nerviosismo.

Mi gozo en un pozo cuando me dijeron que tenían que inducirme el parto. Prostaglandina para empezar a dilatar. Otra vez un tacto. Otra vez tumbada en el potro ese con las piernas abiertas, la tripa oprimiendome y unos dedos tocandome. Otra vez a la sala de monitores.

El equipo médico que me atendió, al verme la cara se reunió conmigo y me preguntó qué me pasaba. Les conté que mi idea de parto no era esa, inducirlo, quería un parto natural, espontáneo.

Me explicaron que al haber pasado ya 12 horas de la fisura me tenía que poner de parto por posible riesgo de infección. Ese era su protocolo. También me dieron la opción de irme a otro hospital si no estaba conforme.

No me iba a ir a otro sitio, así que allí me quedé, con mi prostaglandina puesta, mis miedos orbitando por mi mente y con un enfado monumental con la situación. ¿Otra vez igual?

Hablé con la familia para informales. Mi madre y mi mejor amiga trataron de tranquilizarme, no tenía por qué pasar por lo mismo.

Me quedé un rato sola esperando que hiciera efecto el ProPes mientras Delfín fue a casa a cambiarse. En ese tiempo pensé y medité la idea de que quizá no tenía que pasar por lo mismo. Quizá, mi cuerpo sabio se pondría de parto con la ayuda de esta medicación, quizá no fuera un parto tan largo, quizá no tan doloroso, quizá todo fuese rápido y bien. Y así fue.

Cuando llegó Delfín ya estaba empezando a notar las contracciones. Hablé con el porque dudaba en ponerme la epidural o no. No estaba segura si la quería. No era partidaria, pero al ser un parto inducido, que podía ser mas largo, con la experiencia del primero, no quería sufrir tanto. Así que avisé para que lo tuvieran en cuenta.

Al poco rato empezaron las contracciones con mas intensidad, más dolor, cada menos tiempo.

El tocógrafo subía cada vez más. Escuché a mi cuerpo que me pedía estar a cuatro patas, en la cama, agarrada al piecero, era de la única manera que soportaba el dolor.

Así cuatro largas horas, alternando duchas, cambios de postura y abrazandome a Delfín, eso si que me aliviaba y calmaba un poco.

A ratos volvía el miedo, pero no dejé que me paralizara. A ratos lloraba de dolor. A ratos me decía que no podía bajar la guardia y dejarme dominar por esos sentimientos. Pero me vine abajo en algún momento. El rato de las contracciones es muy duro. Sentir como tu todo tu cuerpo se tensa, recorrido por un dolor que no dura tanto pero que es tan intenso que eleva la sensación de malestar a mil.

Empecé a notar que perdía bastante mas líquido y vinieron las ganas de empujar. Si, esa sensación que es desagradable a la vez que alivia, indicando que pronto estaría dando luz.

Tacto, 3 centímetros, al paritorio.

Me pusieron la epidural entre contracción y contracción. Yo creo que no me llegó a hacer efecto del todo pues durante todo el parto sentí las piernas y podía moverlas. Pero si me alivió las contracciones.

Rotura de bolsa, dilatación total. A empujar.
Es alucinante como nos volvemos salvajes, animales, conectamos con nuestro lado más institivo. Somos vida, naturaleza sabia. Gritamos y gruñimos como mamiferas alumbrando a sus crias. Somos mamíferas.

Después de una hora larga de pujos, lloros y tensión en mi cuerpo, me pidieron que dejara de empujar. La cabeza del bebé asomaba ya pero tenían que quitarle la vuelta de cordón.

Que diferente fue ese parto. En el paritorio solo estuvimos mi chico, la matrona y yo. Sin intrusiones, sin personal innecesario, sin ninguna expresión borde, solo palabras de ánimo, tranquilidad y mucho gel lubricante para no desgarrarme.

A las 19:50 nació lo más bonito de este mundo. Unai. Mi bebé calentito, pegajoso y con ese olor tan dulce que engancha desde la primera vez que lo hueles. Ese olor a vida, a recién nacido, a una mezcla de flujos, a útero, a mamá. Ese olor a amor. Le decía: ¡¡ ya estás aquí mi bebé, ya estás aqui!!

Eso si que fue un piel con piel. Un abrazo de amor, de calor, de vida.

Y me sentí feliz. Sentí felicidad. Estaba contenta.

En la misma situación, dos años y medio antes no había sentido nada. Que pena no poder haber disfrutado de esos instantes con mi bebé.

Así que saboreé ese momento y disfruté de el. Ese rato sí que fue uno de los mejores momentos de mi vida.

Ya la primera noche dormimos pegaditos, bebé y mamá.

No estaba tan desgastada ni dolorida como en el parto anterior.

A pesar de los loquios y entuertos, a pesar de la sangre y las agujetas, a pesar de no haber tenido mi parto natural, disfruté mucho de esas primeras horas con Unai. De esas y de las siguientes, todo ha sido mas fácil, mas bonito y mas rosa.

Hoy dedico éstas líneas a todas las mamis que han tenido una experiencia mala en un primer parto y las animo a confiar y creer en ellas. El poder de la mente es fuerte. La sabiduría maternal mas. 





miércoles, 19 de julio de 2017

Carta a mi hijo Delfin

Os dejo la carta que le escribí a mi hijo Delfinete cuando todavía era hijo único y no había pasado a ser hermano mayor.

"Hoy, 27/5/2017 a unos días de convertirte en hermano mayor (o a unas horas en el mejor de los casos) quiero agradecerte y ya de paso contarte, esta revolución que ha supuesto el que llegaras a mi vida.

Me has hecho plantearme la vida de otra manera, ver el lado bueno de las cosas, contagiándome tu alegría, mirar desde otra perspectiva, desde tu mirada: la de un niño sin prejuicios. Me has enseñado una lección muy bonita: no juzgar.

Has hecho que entrene mi paciencia hasta limites insospechados, que te mire y me siga emocionando esa espontaneidad tuya (ojalá no la pierdas nunca), me has enseñado que los días son largos pero los años cortos y que has crecido super rápido, por lo que intento disfrutar de ti en cada momento.

Pero lo mejor y lo mas bonito que me has dado ha sido la capacidad de amar, amar de verdad. Amarte a ti, a papá, a la vida, a ver a mis padres de diferente manera.
Y me has recordado que yo también tengo que quererme, cuidarme, por mi y por daros la mejor versión de mi misma.

Ser tu mamá es una de las mejores experiencias que estoy viviendo, muy intensa, llena de emociones.

Ahora comenzamos nueva etapa, ahora te recordaré todos los días que el amor no se reparte, se multiplica.

Eres mi pequeña gran revolución.

Te quiero Delfinete. Mamá. "

Espero que algún día mi hijo lea esta carta. Quizá le parezca cursi, quizá incluso le de vergüenza leerlo, o quizá estoy equivocada y le encante.

Tengo que reconocer que se me está haciendo duro esto de la bimaternidad. Al nacer Unai, tenía la sensación de que dejaba de lado a Delfinete.

A pesar de que el postparto de Unai no ha tenido nada que ver con el primero, también he llorado. Me sentía culpable por no prestar toda la atención que me demandaba el mayor, por intentar complacerle y no poder. Si se ponía a llorar y yo estaba dando la teta me sentía fatal. Sabia que lo que necesitaba de mi era un acercamiento, un abrazo y en ese justo momento, no podía dárselo. Aún ahora me sigue pasando, en realidad solo ha pasado mes y medio desde que di a luz.

También se despertó en mi un sentimiento espontáneo de identificación con el. No se si porque yo también soy hermana mayor y me tocó pasar por esto y despertó a mi niña interior dolida. Eso sería digno de estudiar en terapia ... seguro que tiene una explicación.

Las hormonas puerperales, el cansancio y las nuevas rutinas se han juntado con la maravillosa pero intensa etapa de los dos años de Delfinete. A tope con las explosiones emocionales, todo un estallido de energía, llanto desconsolado, primeros contactos con la ira, el enfado. El "no" tan necesario para formar su identidad, el divertido "¿por que?", el curioso "¿y esto como funfona?" , el constante "tiro lo que haya en el vaso" ... que intenso es convivir con un niño de dos años. Y que divertido. Es precioso ver esa mezcla de inocencia y picardía, me encantan esas pequeñas charlas en el coche, su curiosidad por absolutamente todo lo que pasa a su alrededor.  Tardar casi media hora en ir a cualquier lado por sus constantes paradas para ver a las hormigas y a los "pazateros", la recopilación de palos y piedras, las miradas al cielo con un "mira mamá, un avión uper nane" (super grande) y las escapadas rápidas y peligrosas hacia la carretera que tanto me enfadan.

A ratos me exaspera ese genio...siempre intento comprender qué estará pasando por su mente para que se comporte así e intento acompañarle en esos momentos en los que ni el mismo sabe qué le está pasando. Aquí la Disciplina Positiva me ha ayudado bastante.

A pesar de leer mucho, de contar con herramientas suficientes para resolver conflictos y gestionar "rabietas" a veces no puedo mas. No se llevar el momento, me "destapo", mi cerebro se bloquea y acabo con un grito de guerra. Pierdo la paciencia, los papeles, los nervios. Y después de esto llega el berrinche. El de Delfinete y el mío, porque más de una vez hemos acabado llorando los dos y pidiéndonos perdón.

Todavía me asombra que un niño no te guarde rencor a pesar de haberte comportado como un ogro con el.

A veces me doy cuenta de que le echo de menos. Echo de menos pasar ratos a solas con el, estar solo para el. Tener tiempo de calidad con el.

Hasta que Unai sea menos demandante y no esté todo el día enganchado a la teta, intento darle muchos besos y abrazos. También intento acostarle yo, leerle un cuento y hacerle cosquillitas en la espalda para dormirse. Es nuestro momento. Y bajarme a tirar la basura con el, jeje, esto lo descubrí esta semana y aunque son cinco minutos, es un ratito que vale oro.









martes, 18 de julio de 2017

Mi primer parto

En otra entrada ya conté que mi primer parto fue una revolución en toda regla. Cambió mi vida, cambió mi cuerpo, mi alma. Cambió las estructuras de mi mente. Cambió la forma de ver las cosas. Cambió mi vida en pareja. Me cambió a mí, a la mujer en la que me había convertido. A partir de ese primer parto conocí a mi niña interior. Entré en conflicto conmigo misma, conecté con mis miedos, los antiguos y los nuevos.

Quiero contar la experiencia de mi primer parto porque dentro de que salió todo bien, es muy triste. Triste porque no fue como había pensado, triste porque abrió una herida en mí que me costó sanar.

Durante el embarazo idealicé un parto que nunca sería como había imaginado. Tenía claro como lo quería: natural, no medicalizado, espontáneo, sin epidural, sin desgarros ... confiaba en la naturaleza, en mi instinto, en mi cuerpo, en mí y en mi bebé. Rompería aguas, me daría una ducha, empezarían las contracciones, nos iríamos al hospital, monitores, paritorio, unos empujoncitos y  conocería a nuestro bebé. Aquel bebé que por cierto, no sabía su sexo, no quise saberlo en ninguna ecografía. Mi bebé no tenía nombre todavía, Delfín si era niño, Noa si era niña. Pero durante todo el embarazo me acompañó el instinto de que era un niño.

Empecé a perder un poco de líquido amniótico de madrugada. No tenía muy claro si se me había escapado el pis, si era flujo, si estaba empezando a soltar el tapón ... ya pasaban diez días de la fecha probable de parto, así que estaba al loro. Sobre las 5:00 de la mañana ya estaba segura de que perdía líquido. Nos fuimos al hospital entre tranquilos y nerviosos. Allí nos confirmaron que la bolsa estaba fisurada y que nos teníamos que quedar ingresados.
Pasé todo el día del lunes tranquila, con mi chico, con la visita de mis padres y mis suegros. Ligeras contracciones iban y venían. Muuuuuy ligeras, como pequeños avisos, advirtiendome de lo que estaba por llegar. A partir de las 20:00, dando paseos por la planta del hospital, comenzó el calvario. 

Aparecieron unas contracciones con un dolor considerable, pero que todavía me permitían estar en pie. Lo último que recuerdo con total nitidez fue que me despedí de mi hermana. A partir de ese momento tengo ciertas lagunas. Recuerdo subidas y bajadas a la sala de monitores, recuerdo que me hicieron varios tactos, no dilataba, no me ponía de parto, pero las contracciones eran insoportables. Me pusieron dos veces un medicamento que me dijeron que me ayudaría a borrar el cuello del útero, la prostaglandina. Nada, eso no me hizo nada, o quizá si y yo no me acuerdo. El dolor de las contracciones se hizo mortal, era otra vez ya de madrugada y todavía no estaba de parto. Recuerdo estar tumbada en la sala de monitores sin poder moverme, dolor. Otra vez subí a la habitación a esperar que el medicamento hiciera efecto. Bajada a monitores, esta vez sentada en un sillón, otra vez sin poder moverme. Recuerdo que la chica de al lado rompió aguas. Pensé en las horas que llevaba intentando dar a luz, en el cansancio que recorría mi cuerpo y en el dolor que me dominaba a nivel físico y mental. Entonces me vine abajo. Recuerdo llorar, pedir medicación para el dolor,  sentir miedo, un bloqueo total. Toda la fuerza que me dio el embarazo guardada para este momento estaba bloqueada por el dolor. Le dije a Delfín, mi chico, que estaba tan cansada que no iba a tener fuerzas para empujar en el parto.

En algún momento recuerdo a mi chico llorar al verme así. Mi apoyo, mi ayuda también se vino abajo, pero le duró poco. Tenía que contenerse por mí. 

Me dieron algo para bajar la intensidad del dolor, llevaba muchas horas soportando las contracciones pero el parto no avanzaba, el bebé no bajaba, mi cuerpo no estaba preparado todavía para concebir a mi hijo. 

Tengo la imagen de mi chico con un vaso de agua. Lo recuerdo como si estuviese drogada, no alcanzaba a cojer el vaso, a acercarmelo a la boca. Estaba drogada. Aún hoy sigo sin saber que medicamento me dieron. 

Y después la oxitocina. Me pusieron oxitocina para acelerar el parto. Dolor, horrible, insoportable. Contracciones de caballo que me mataban. Creí morir. Ese dolor no podía ser normal, pensé que algo iba mal.

Subimos otra vez a la habitación sobre las 8:00 de la mañana. Estaba de dos centímetros nada mas. De puro agotamiento Delfín se durmió. Me metí en la ducha sin saber que hacer. Y entonces otra sensación diferente. Ganas de empujar. Quería empujar. Podía empujar. Tenía que empujar.
Bajamos otra vez, de nuevo otro tacto. Que desagradable son los tactos. Que te metan la mano cuando lo que quieres es que salga el bebé. 8 centímetros, al paritorio.

Pedí a gritos la epidural aunque ya sabia que era tarde. Estaba agotada, reventada, sin ganas de nada. Solo de que terminara esa mierda. Si, esa mierda. Todas esas horas soportando el dolor de las contracciones marcaron un antes y un después en mi vida. El dolor trajo el miedo. Otra vez me vine abajo.

Me tumbaron en la camilla y a partir de ahí, el dolor pasó a sensaciones desagradables. Hubo cambio de turno y apareció lo que en ese momento me pareció un ángel que olía a Narciso Rodríguez y me recordó a mi hermana, eso me dio tranquilidad. María, la matrona. Me ofrecieron un gas llamado Kalinox, que me vino genial. Me ayudó en cada contracción a empujar. 

Durante los 45 minutos siguientes sucedieron varias cosas. Entró un grupo de personal en prácticas sin preguntar. Bajaron las pulsaciones del bebé. Entró una ginecóloga que con poco tacto dijo que si en cinco minutos no paría, me hacía una cesárea. Volvieron a bajar las pulsaciones del bebé. Entró la misma ginecóloga e intentó subirse encima de mi barriga y apretar. La muy ******* quiso hacerme la maniobra de Kristeller sin mi permiso. La bloqueé con mi brazo y la dije que no. Fue el momento de mayor lucidez que tuve desde que llegué al hospital. Bajaron de nuevo las pulsaciones del bebé. Alguien dijo que se estaban rifando unos fórceps.
La matrona dijo que no, que sería un parto normal. Y eso me animó.

Medio ida por el cansancio y el gas, por el dolor y el miedo empujé con todas mis fuerzas. Entre gritos, ánimos de mi chico (que me decía que ya le veía el pelito al bebé), chutes de gas, mas oxitocina sintética que natural a mi pesar y sensaciones desagradables me dejé ir ... y nació mi bebé. Un niño de color azul, pequeñito, con dos vueltas de cordón.

Me lo pusieron encima pero enseguida se lo llevaron a una mesita de al lado, todo bajo la mirada con lágrimas de mi chico, que ya era padre. 

Me lo trajo él, envuelto en toallas. Llorando, los dos llorando. El niño y el padre. Pero yo no. No lloré. Ni de emoción, ni de alegría, ni de contenta.
Solo pensaba en que ya había pasado todo. 
No tenía ningún sentimiento. Estaba bloqueada.

Y ahora viene el bombazo. El pensamiento que me hizo culparme durante los siguientes meses. Miraba a ese bebé y no lo quería. No quería a mi bebé, a mi hijo. A mi niño que durante 9 meses había soñado con el. Que triste, que duro, que real.

A partir de entonces y durante unas cuantas semanas conviví con la tristeza y las lágrimas. Entré en un bloqueo emocional total. Bebé y dolor iban directamente relacionados.

Es muy duro contarlo, pero me costó querer a mi bebé. Hasta que me enamoré de él...

Me costó hablar de ello, mucho. Me costó entenderlo. Me costó perdonarme.

De todo esto aprendí mucho. Me he liberado escribiendo este post...lo comparto porque no estoy sola, hay muchas mujeres que pasamos por esto. Eso de que el mejor momento de la vida es cuando conoces a tu bebé no fue así en mi caso. También existe otra realidad. La realidad de mi primer parto.

Estás líneas se las dedico a todas aquellas mujeres que hemos tenido una experiencia similar.

Y también quiero decir que tengo un post pendiente hablando del papel tan importante que jugó ese día Delfín, mi chico, mi pareja, mi marido. Tu me diste fuerza. Gracias.


lunes, 17 de julio de 2017

Libros que recomiendo

Os pongo una selección de libros relacionados con la maternidad, crianza y en general. Algunos me los he leído, otros los tengo pendientes.

La mayoría son libros que van en la misma corriente, muy de respetar al bebé/niñ@, atender sus necesidades fisiológicas y emocionales (que tendría que ser lo normal, pero no siempre es así). A mi me han ayudado mucho aportándome conocimientos y herramientas.

Espero que os gusten:

Criar en Tribu, de Lee Lima, la creadora de la página de Babytribu, de la que os he hablado varias veces. Recoge varios post del blog con temas muy variados además de ofrecernos juegos y recursos por edades. Recomendable 100 por 100.

La Crianza felíz, de Rosa Jové.
Creo que fue el primer libro que me leí sobre crianza y me encantó.

Ni rabietas ni conflictos, también de Rosa Jové. Cuando llegamos a los dos años de Delfinete me sirvió para entender esas explosiones de emociones y me aportó herramientas para poder gestionarlas.

Bésame mucho, del pediatra Carlos González. Este libro me ayudó a entender a mi bebé.

Un regalo para toda la vida. También de Carlos González. Precioso, sobre la lactancia materna.

La maternidad y el encuentro con nuestra propia sombra, de Laura Gutman. Este libro no es de crianza como tal, pero fue una pasada leérmelo, eso si me removió mucho por dentro.

El niño ya come solo, de Gill Rapley y Tracey Murkett. Sobre alimentación infantil y BLW. Yo no lo llevé a cabo con mi hijo mayor, aunque me hubiera gustado.

El cerebro del Niño de Daniel J. Siegel y Tina Payne Bryson. Más ayuda para entender que les pasa a los peques y como funciona su cerebro. Me gustó mucho aunque se me hizo un poco denso.

Como educar con firmeza y cariño de Jane Nelsen. Sobre disciplina positiva. Encontrar el equilibrio entre estos dos términos es complicado, pero con ganas, paciencia y práctica se consiguen resultados. Todo un camino super bonito para aprender a comunicarse, a entender y a acompañar a los peques Aquí puntualizo que la DP me ha servido mucho también para mi relación de pareja :-) .

Como hablar para que los niños escuchen y como escuchar para que los niños hablen, de Adele Faber y Elaine Mazlish. Pilar comunicativo, muchas herramientas para transmitir, hablar, expresar .... Es el que me estoy leyendo  ahora mismo.

Querida Ijeawele: Cómo educar en el feminismo de Chimamanda Ngozi Adichie. Un libro cortito, muy ameno y que recomiendo totalmente para adentrarnos en el feminismo y sobretodo comprender por qué es tan importante educar a los peques en el. Me lo he leído en un par de horas y me ha encantado. 

La maternidad sin tabúes, de Nohemí Hervada, a la que admiro mucho.
En pocos días me lo he devorado. Me he enamorado de su forma de transmitir. De su sinceridad y de sus palabras. Precioso, muy currado.


Estos son los que me he leído hasta la fecha. Los siguientes serán los próximos! Todavía no me los he leído, por lo que no puedo opinar sobre ellos pero están en la misma línea que los demás.

Soy Papá, del enfermero de pediatría Armando Bastida, su primer libro, le sigo por las redes sociales y me encanta como transmite.

Hijos y padres felices, de Alberto Soler y Concepción Roger. Los responsables del videoblog de Píldoras de Psicología.

La Fiesteta, de la fantástica Miriam Tirado, de Aflordepell. Recursos y herramientas para el destete basado en la experiencia con una de sus hija.

El cerebro del niño explicado a los padres, de Álvaro Bilbao.

Seguro que hay un montón de libros más super chulis, como dice mi hijo. Iré modificando la lista a medida que los vaya leyendo.

Leer, estar informada es la base del saber, poder elegir qué es lo mejor para ti y para los tuyos. 

¡Aprovechar cualquier ratito para devorar un libro!


Contigo empezó todo

Si, con el embarazo de mi primer hijo empezó todo.

Cuando supe que estaba embarazada comencé a informarme mucho, tanto que desde ese momento hasta ahora, he tenido que "bajar el ritmo" varias veces porque tenía demasiada información que procesar y me volví una obsesa por intentar saberlo todo acerca del embarazo, bebés, niñ@s ...

Creía que aprendiendolo todo, sería mucho más fácil. Y si, estar informada es lo mejor que hay, te da poder para elegir, te ofrece alternativas ... pero no es lo mismo la teoría que la práctica.

El caso es que incluso antes de ser madre ya daba lecciones de sabiduría maternal a los que ya eran padres, y juzgué. Juzgué mucho. Que si hacen esto, que si hacen lo otro, que eso no es bueno para el bebé ... pero de esto, hablaré en otro post mas largo y tendido.

El embarazo de mi primer hijo trajo consigo una revolución en todos los ámbitos de mi vida. Primero una revolución en la mirada que tenía hacía l@s bebés, l@s niñ@s, la infancia.

No recuerdo como descubrí la llamada «crianza con apego». Me encantó desde el principio. Quizá porque me parecía lo normal, lo que sentía que debía hacer con mi bebé: no dejarle llorar, estar cerquita de mamá, darle teta ... y amor, muuucho amor, amor infinito. Así empecé a conocer términos nuevos como colecho, BLW, porteo ergonómico, piel con piel ... mas tarde llegaron otras nuevas palabras: que si Montessori, Waldorf, la mesa de la paz, la mesa de luz, la torre de aprendizaje ... y al cumplir los dos años siendo mamá apareció algo precioso: la disciplina positiva. Tengo tanto de que hablar, tanto que agradecer y tanto que aprender de ella que también le dedicaré otro post. ;-)
Luego vinieron una serie de revoluciones a nivel personal. Fueron varias. Empecé a ver los cambios en mi cuerpo, que bonito llevar una vida dentro, un bebé que se convertirá en un adulto, con sus propias ideas y opiniones. Los dos embarazos los he disfrutado mucho, he de decir que estar embarazada me sentaba genial, han sido nueve meses de cambios físicos, psicológicos, emocionales, personales, a nivel de pareja, toda una revolución hormonal. Empecé a valorar, a apreciar y a admirar el cuerpo de la mujer, mi cuerpo.

También aprendí el verdadero significado de familia. Yo estaba formando la mía. Cambió mi perspectiva hacia mis padres, sobre todo cambió el modo en que veía a mi madre. Ya me acercaba un poco más a entender como quiere una madre.

Estas revoluciones fueron fáciles digamos de llevar. Fueron bonitas desde el principio.

Pero luego vino el parto (el primer parto se merece un post escrito a conciencia y con pañuelos al lado). Eso si que fue una gran revolución. Primero porque nunca antes había experimentado tanto sentimiento y emoción juntos. Conocí el miedo, aprendí que el miedo paraliza. Conocí el dolor, el físico y el emocional. Apareció la culpa. La culpa. Esa que acompaña a la maternidad desde el principio. La frustración, la soledad, la ira. El desengaño con mi parto idealizado. Me di de bruces contra el suelo cuando conocí la tristeza, esa que durante el primer mes no me dejaba disfrutar de mi bebé.

Todas esas pequeñas revoluciones se convirtieron en la gran revolución cuando entré en conflicto conmigo misma, cuando perdí mi identidad para construir otra nueva.
También revolucionó la vida en pareja. Dejar de ser dos para ser tres. Enamorarme de un tercero, de ese bebé pequeñito. Me pasó factura, mucho. Olvidé que él, mi marido, estaba allí conmigo, me olvidé de cuidar esa parte de nuestra vida.

Más adelante conocí el perdón, el perdón a uno mismo. Otro post pendiente ...
Y por fín conocí el amor. El amor incondicional. El amor de una mamá. El amor puro, el amor que la mayor parte del tiempo es sano, pero que a veces está contaminado.

Volví a admirar a la mujer. Somos heroínas. Somos magia, somos vida.

Y después llegó el segundo embarazo. Mismos síntomas, mismo bienestar, mismo emponderamiento. Muy conectada con mi cuerpo pero menos consciente ... tener un niño de dos años hacía que le prestara menos atención al embarazo y se me pasó muy deprisa.

El segundo embarazo, el segundo parto, el segundo puerperio. No ha tenido nada que ver. Hubo algún momento de miedo, el día que me quedé ingresada para dar a luz, pero todo ha sido diferente.
Todas las revoluciones del primero me enseñaron para el segundo. Pude disfrutar del pequeño desde el minuto uno. El amor nació desde que le vi. Ya sabía que era tener un hijo por lo que idealicé menos y sentí más.

En fín, mis hijos son mis pequeñas grandes revoluciones.  Como algo tan pequeñito, tan inocente, tan dependiente pude crear algo tan grande, una revolución.

Os dejo esta canción taaaaaan bonita del grupo Izal, para que entendáis un poquito como me siento. Es un temazo precioso.

Y se la dedico a mis hijos, Delfín y Unai.



domingo, 16 de julio de 2017

Hola! Bienvenid@!

Pues aquí estoy, aprovechando que mi peque está dormido (no por mucho tiempo) para estrenarme en esto de los blogs.
Me presento: soy Andrea: mamá de dos niños, mujer reencontrandose consigo misma, hija y hermana eternamente agradecida, enamorada de mi chico, amiga que echa de menos ...
Crear este blog surge de la necesidad de compartir mi experiencia desde que me quedé embarazada de mi primer hijo, hace ya dos años y nueve meses. Lo comparto porque creo que cuantas más mujeres hablemos de la maternidad, desde nuestra propia experiencia, a más personas llegará el mensaje de que ser madre, padre, formar una familia, es inmensamente maravilloso e inmensamente duro. Hay que hablar de lo bueno pero también de lo malo, para que el mensaje que llegue sea el REAL, no el pintado de rosa.
Hablaré de mucho más, con sinceridad, contando la revolución que ha supuesto para mí la llegada de mis hijos.
Gracias a tod@s l@s que empecéis a leerme.