lunes, 17 de julio de 2017

Contigo empezó todo

Si, con el embarazo de mi primer hijo empezó todo.

Cuando supe que estaba embarazada comencé a informarme mucho, tanto que desde ese momento hasta ahora, he tenido que "bajar el ritmo" varias veces porque tenía demasiada información que procesar y me volví una obsesa por intentar saberlo todo acerca del embarazo, bebés, niñ@s ...

Creía que aprendiendolo todo, sería mucho más fácil. Y si, estar informada es lo mejor que hay, te da poder para elegir, te ofrece alternativas ... pero no es lo mismo la teoría que la práctica.

El caso es que incluso antes de ser madre ya daba lecciones de sabiduría maternal a los que ya eran padres, y juzgué. Juzgué mucho. Que si hacen esto, que si hacen lo otro, que eso no es bueno para el bebé ... pero de esto, hablaré en otro post mas largo y tendido.

El embarazo de mi primer hijo trajo consigo una revolución en todos los ámbitos de mi vida. Primero una revolución en la mirada que tenía hacía l@s bebés, l@s niñ@s, la infancia.

No recuerdo como descubrí la llamada «crianza con apego». Me encantó desde el principio. Quizá porque me parecía lo normal, lo que sentía que debía hacer con mi bebé: no dejarle llorar, estar cerquita de mamá, darle teta ... y amor, muuucho amor, amor infinito. Así empecé a conocer términos nuevos como colecho, BLW, porteo ergonómico, piel con piel ... mas tarde llegaron otras nuevas palabras: que si Montessori, Waldorf, la mesa de la paz, la mesa de luz, la torre de aprendizaje ... y al cumplir los dos años siendo mamá apareció algo precioso: la disciplina positiva. Tengo tanto de que hablar, tanto que agradecer y tanto que aprender de ella que también le dedicaré otro post. ;-)
Luego vinieron una serie de revoluciones a nivel personal. Fueron varias. Empecé a ver los cambios en mi cuerpo, que bonito llevar una vida dentro, un bebé que se convertirá en un adulto, con sus propias ideas y opiniones. Los dos embarazos los he disfrutado mucho, he de decir que estar embarazada me sentaba genial, han sido nueve meses de cambios físicos, psicológicos, emocionales, personales, a nivel de pareja, toda una revolución hormonal. Empecé a valorar, a apreciar y a admirar el cuerpo de la mujer, mi cuerpo.

También aprendí el verdadero significado de familia. Yo estaba formando la mía. Cambió mi perspectiva hacia mis padres, sobre todo cambió el modo en que veía a mi madre. Ya me acercaba un poco más a entender como quiere una madre.

Estas revoluciones fueron fáciles digamos de llevar. Fueron bonitas desde el principio.

Pero luego vino el parto (el primer parto se merece un post escrito a conciencia y con pañuelos al lado). Eso si que fue una gran revolución. Primero porque nunca antes había experimentado tanto sentimiento y emoción juntos. Conocí el miedo, aprendí que el miedo paraliza. Conocí el dolor, el físico y el emocional. Apareció la culpa. La culpa. Esa que acompaña a la maternidad desde el principio. La frustración, la soledad, la ira. El desengaño con mi parto idealizado. Me di de bruces contra el suelo cuando conocí la tristeza, esa que durante el primer mes no me dejaba disfrutar de mi bebé.

Todas esas pequeñas revoluciones se convirtieron en la gran revolución cuando entré en conflicto conmigo misma, cuando perdí mi identidad para construir otra nueva.
También revolucionó la vida en pareja. Dejar de ser dos para ser tres. Enamorarme de un tercero, de ese bebé pequeñito. Me pasó factura, mucho. Olvidé que él, mi marido, estaba allí conmigo, me olvidé de cuidar esa parte de nuestra vida.

Más adelante conocí el perdón, el perdón a uno mismo. Otro post pendiente ...
Y por fín conocí el amor. El amor incondicional. El amor de una mamá. El amor puro, el amor que la mayor parte del tiempo es sano, pero que a veces está contaminado.

Volví a admirar a la mujer. Somos heroínas. Somos magia, somos vida.

Y después llegó el segundo embarazo. Mismos síntomas, mismo bienestar, mismo emponderamiento. Muy conectada con mi cuerpo pero menos consciente ... tener un niño de dos años hacía que le prestara menos atención al embarazo y se me pasó muy deprisa.

El segundo embarazo, el segundo parto, el segundo puerperio. No ha tenido nada que ver. Hubo algún momento de miedo, el día que me quedé ingresada para dar a luz, pero todo ha sido diferente.
Todas las revoluciones del primero me enseñaron para el segundo. Pude disfrutar del pequeño desde el minuto uno. El amor nació desde que le vi. Ya sabía que era tener un hijo por lo que idealicé menos y sentí más.

En fín, mis hijos son mis pequeñas grandes revoluciones.  Como algo tan pequeñito, tan inocente, tan dependiente pude crear algo tan grande, una revolución.

Os dejo esta canción taaaaaan bonita del grupo Izal, para que entendáis un poquito como me siento. Es un temazo precioso.

Y se la dedico a mis hijos, Delfín y Unai.



4 comentarios:

  1. Andrea tengo los pelos de punta, gracias, gracias por compartir todo esto. A mi no haces más que enseñarme con tu experiencia, espero que sigas escribiendo porque es maravilloso leerte. Besitos y ánimo con el blog!

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  2. Andrea tengo los pelos de punta, gracias, gracias por compartir todo esto. A mi no haces más que enseñarme con tu experiencia, espero que sigas escribiendo porque es maravilloso leerte. Besitos y ánimo con el blog!

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