Valiente por contarnos su experiencia, os dejo la primera parte. Como es un relato largo, lleno de amor y de una experiencia con la LM muy interesante a la vez que dura, hemos preferido hacerlo en varias partes.
Mil gracias Helena por compartir vuestra historia:
La consecuencia del amor.
Hace 8 meses nació. 19 de febrero. Uno de esos típicos días
soleados del invierno en Madrid. Con el aire limpio y el cielo despejado. Yo
había ingresado la noche anterior tras romper aguas en unos peculiares baños de
Gongs…
El parto fue duro y aunque tardé en dilatar los dos primeros
centímetros, los siguientes seis pasaron “volando”. Aguanté hasta el octavo
centímetro sin epidural, el agotamiento y las ganas de dejar de sufrir me
hicieron ansiarla como jamás lo hubiera imaginado. La
matrona intentó convencerme de que ya había pasado lo más duro, pero algo
dentro de mí me decía que aún quedaba mucho. Y menos mal que me la puse porque
quedaban cuatro horas empujando.
Jamás lo olvidaré.
Consciente prácticamente al
100% e íntimo; estábamos solos mi pareja y yo en la sala y de vez en cuando
entraba la matrona, Rocío, una chica tan encantadora como diligente. Su respeto,
cariño y profesionalidad hicieron que esas horas fueran mucho más fáciles e
incluso más dulces. Ni quirófanos, ni
bata, ni gorro para mi chico, ni mil aparatos alrededor. Casi te olvidabas de
estar en el hospital.
Gracias a que mi pareja pudo estar todo el tiempo a mi lado,
apoyándome con palabras y caricias, ánimos y mucho amor, todo fue más
llevadero. Esas horas interminables dilatando, desnuda bajo la ducha de la
habitación, para calmar el ímpetu de Adriana por conocernos, por conocer el
mundo.
Y al final, tras doce horas, llegó ella, el ser más
perfecto, frágil y hermoso que había visto jamás. Ni en sueños imaginé que iba
a ser tan preciosa, mi hija, nuestra hija. La consecuencia de un encontronazo
de la casualidad o el destino pero al fin y al cabo, la consecuencia del amor.
Sí, sentí el enamoramiento nada más ver cómo salía de dentro
de mí, nada más cogerla con mis manos y ponérmela en mi pecho, ella sola se
enganchó chuperreteando y tras un momento se quedó dormidita encima de mí. Así
estuvimos dos horas, y papá a nuestro lado. Los tres juntos, sintiendo el
latido de una nueva vida y sintiendo el calor del roce de nuestra piel.
Así, sin más, ella se enganchó y no hubo problema. Tras ese
par de horas se acercó una enfermera y me hizo ver cómo salía el calostro para
que fuera consciente de que de ahí ya salía algo. Yo estaba alucinada de lo
perfecta y bonita que es la naturaleza. Estaba feliz, siempre tuve claro que
quería ser mamá, y dar el pecho a mi hija. A mí me lo dieron y yo quería
entregar ese regalo que mi madre decía ser “la unión más maravillosa”. Yo
quería sentirlo y durante mi embarazo lo visualicé tantas veces que quería que
fuera tal y como lo imaginé: Perfecto.
Como os comentaba el inicio fue lo esperado. El enganche sin
problema, natural, la succión buena, con fuerza, etc. Naturalmente me salieron
grietas que duraron aproximadamente un par de semanas. Más en el pecho
izquierdo que en el derecho puesto que normalmente es el pecho que más les
gusta por la posición que adoptan y al estar en contacto con tu corazón el
latido les relaja.
Desde el minuto uno sentí que era algo nerviosa y muy activa
y que le costaba dormir mucho. Era muy
despierta y atenta para ser un recién nacido, siempre con los ojos abiertos,
esos ojazos oscuros y enormes, como su papá.
Adriana y yo hicimos colecho desde la primera noche en el
hospital. Era imposible ponerla en la cuna, sólo se dormía en mi pecho y a día
de hoy lo sigue haciendo.
Pero como no hay nada perfecto en este mundo no tardaron en
llegar las complicaciones. En su primer cumplemes no había recuperado el peso
con el que nació…
Continuará ...
No hay comentarios:
Publicar un comentario